Se encontraba esperándole con un vestido rojo oscuro
largo y con volantes en la barandilla de las escaleras de metal que su edificio
tenía en la parte trasera.
No le veía venir y eso le preocupaba. Mientras tanto,
él corría todo lo rápido que podía con unas rosas en una de sus manos para
entregárselas a su chica, sorteaba los coches parados y los que esperaban en el
semáforo, ya que necesitaba llegar cuanto antes, porque quería volver a verla
para volver a verla para contemplar cada milímetro de su rosto y sobre todo
oler el aroma que desprendía. Ese olor fresco y que tanto le gustaba.
Él llegó a las escaleras, saltó hacia ellas y empezó a
trepar hasta llegar a un sitio donde podía correr. Subía a toda prisa los
escalones que le separaban de ella, mientras tanto ella se impacientaba, ya que
se había puesto así de elegante solo por él. Cuando le vio con las rosas en la
mano, le sonrió cariñosamente, con una sonrisa picarona.
Cuando ella tuvo las rosas, primero se miraron y acto
seguido se abrazaron en un cálido y tierno abrazo, en el cual pudo olerle el
perfume que tanto le gustaba. Se abrazaron durante un largo tiempo, un abrazo
sincero y claro, hasta que él se tuvo que marchar.
Él se marchó dejándola a ella en la barandilla de metal
mirando como él se marchaba escaleras abajo. Ella sintió tristeza de no tenerlo
aún entre sus brazos; pero aún le quedaban las rosas que con anterioridad él le
había regalado.
Intentó no llorar, pero lloró, no podía remediarlo, le
quería demasiado y él lo sabía. Él caminaba por las calles mientras pensaba
volver a verlo, pero no podía; porque tenía otras cosas importantes que hacer;
pero no le importaban tanto como ella, así que dio marcha atrás y repitió lo de
antes menos el entregarle las rosas. Cuando ella lo vio dejó de llorar y se
volvieron abrazar, en un abrazo lleno de sentimientos positivos.
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